octubre 18, 2005

Alistándome para Halloween

Hoy recibí mi primera invitación para una fiesta de disfraces. Se acerca otra vez esta época del año, y debo admitir que es una de las que más me estresan. Claro, es que como mis amigos esperan que yo sea el estrafalario del grupo, me presionan para que lleve el disfraz más ridículo o al menos uno que los haga reír un poco. Un par de veces conseguí el disfraz más original, pero con los locos de mis amigos, la competencia es difícil.

Comenzó a mediados de los noventas, cuando, anualmente, organizábamos al menos una fiesta de disfraces. Yo, normalmente con poca plata, siempre tenía que improvisar entre lo que podía rescatar de mi ropero o comprar en alguna de esas tiempos de objetos usados.

Hoy la historia cambió, pero me sigue gustando buscar alternativas simpáticas entre lo que tenga a mi mano. El año pasado, por ejemplo, me disfracé de kiosco de besos. Son comunes en las ferias de pueblos de los Estados Unidos. Entonces corté una caja de cartón, me la aseguré al hombro, y le pinté al frente: Kissing Booth. Kisses: $1.

Pare esta fiesta tenía pensado ir de proxeneta, pero tengo que conseguir al menos una amiga que se vista de mujer de la calle y me acompañe. Frente a esa irrealidad, mis opciones son colarme de alguna manera muñecas Barbie a mi ropa y decir que soy un imán de mujeres. También pensé disfrazarme de Gulliver, envolviéndome una pita alrededor de mi cuerpo y colgando de ella mil viejos legos. Pero tampoco quiero llevar juguetes a una fiesta. ¿De qué me puedo disfrazar?

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