No elegimos el 31 de Octubre para darle un vistazo a la vigésima quinta edición de la feria internacional de libro. Era simplemente el día que mejor nos acomodaba a todos. Además, teníamos la esperanza que, con gran parte de la ciudad de viaje, la Estación Mapocho esté transitable.
Normalmente me ha tocado estar fuera del país en estos meses, y mis visitas a la feria del libro no han sido muy frecuentes. La primera debió ser el 99 o el 2000, y desde entonces solo fui una vez más hasta este año.
Siempre salgo decepcionado. La prensa, año tras año, es generosa con el festival, y hablan de las buenas visitas internacionales y las interesantes mesas redondas. Pero lo cierto es que los cupos en esas discusiones son limitadas y opinar, por la cantidad de oyentes, es una tarea herculesca (¿vieron como metí una referencia literaria?)
Pero lo peor de la feria fueron los expositores. Alguien comentó en alguna ocasión que las editoriales y librerías ponían en sus mesones todos aquellos libros que no podían vender en otras fechas.
Yo no buscaba nada específico, así que no me importó mucho ojear las propuestas. Verdaderamente, nada me llamó la atención. Claro, debo admitir que buscaba, principalmente, libros de cocina o gastronomía, y la oferta de estos era pobre (¿tal vez derivadas por una también pobre demanda?). Lo gracioso es que justamente esta mañana pasaba por la vidriera de una librería cualquiera en Providencia y muy visibles estaban dos libros culinarios que llamaron mi atención.
Algo que si noté fue que cada año que vengo, la feria está más pobre. ¿La culpa la tenemos los lectores que no exigimos más o los expositores que simplemente no traen libros interesantes? En serio, entre Las Crónicas de Narnia y libros relacionados al Código Da Vinci, ya se podría contar alrededor del 30% del contenido en los stands.
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