El viejo seguía mirando por su ventana. El agua en los charcos de la calle no encontraba su bien merecida paz porque más gotas lo alborotaban. Alrededor de las lámparas se veían las luciérnagas líquidas en su veloz caída. Por las ranuras de la ventana entraba el frío viento del invierno. ¿Cuánto faltaba para el verano? El viejo pensó que tal vez había estado en un invierno eterno. Ya duraba muchos años su frío, pero el seguía inmutable, viendo por la ventana el destino final de millones de gotas que morían rítmicamente en el asfalto, destruyendo todo a su paso.
El pequeño cuarto estaba solo entraba luz desde afuera. Adentro no existía nada. Solo el viejo, con una mirada que ya no transmitía emociones; una cama fría y un velador con tres velas gastadas en un candelabro de hierro y un portarretratos tumbado, con la foto hacia la mesa.
El viejo le daba la espalda a lo poco que le quedaba en su vida, y miraba solamente la ventana, la calle, la lluvia. ¿Había sido un invierno largo o un suicidio lento? Miraba a la lluvia y olvidaba. La lluvia con su cadencia narcótica. Lluvia que todo lo destruye, pero que también cura.
Miraba la lluvia desde adentro, pero hacía tiempo que no existía en ese cuarto. Darse vuelta significaría enfrentarse cara a cara con el portarretratos volteado. Por eso estaba atrapado entre la vida real y la fantástica lluvia.
El portarretratos lo llamaba, y aún lo quería. Le hubiese gustado que lo mirase, para así salir corriendo del cuarto, consumido por sus temores. Salir corriendo del cuarto, de la casa. Correr a la calle, donde había llovido siempre, y detenerse ahí, bajo las lámparas, entre los charcos, mirando al cielo, con la suficiente fuerza para llorar, y que la lluvia lo limpie. Solo así, el portarretratos lo sabía, la lluvia cumpliría su destino, y comenzaría a despejar.
2 comentarios:
Es cierto que la lluvia da la impresión de poder lavarlo TODO.
La vida entera se recoge cuando cae.
A mí me encanta...
Extraño esas lluvias cálidas de verano, típicas en Estados Unidos... o las de Ecuador, típicas de lo que ellos llaman invierno, que en realidad son los meses más cálidos. Es lluvia tibia, que refresca un poco. ¡Qué lindo es salir con los brazos abiertos y la cara al cielo! Nada como gotas en el rostro. Pocas cosas me hacen sonreir como eso (entre ellas una afición que perecemos tener en común: Los Simpsons)
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