
Tampoco era de tarde. El sol se había puesto hace un par de horas y estábamos en medio de una fiesta para celebrar la vuelta a clases. El aire fresco y el sonido de la lluvia siempre me sedujeron. La puerta principal estaba abierta, como durante todas esas veladas calurosas, y yo lo sabía. Por eso me dirigí a ella, subiendo las escaleras desde el sótano: nuestro centro musical y pista de baile improvisada. Claro que esa noche nadie bailaba. Éramos pocos los que nos habíamos reunido. Escuchábamos los grandes éxitos de Blondie, como lo haríamos durante todo el semestre.
Desde el final del pasillo que llevaba a la puerta abierta, desde donde terminaba la escalera, podía verla sentada, hablando con alguien que no conocía. Estaba sentada en un peldaño de la puerta, dándome la espalda. La lámpara de nuestro pórtico estaba frente a ella. Solo podía ver su silueta sentada, dándome la espalda, una fuerte luz que me escondía su rostro, y la lluvia, que más que verla la sentía.
La casa había sido, en otra época, un duplex: Una casa dividida en dos para albergar a dos familias. Una pared la cortaba por la mitad: a la izquierda, vista desde el frente, un cuarto y el segundo piso; a la derecha, el pasillo en el que estaba, dos cuartos y el sótano. La pared divisoria ya no existía, pero aún teníamos dos puertas. Ella estaba sentada en el peldaño de una de ellas. Yo me senté en el otro.
Hablamos las típicas estupideces que se dicen cerca del inicio de clases hasta que la desconocida se fue. Nos quedamos solos, lo que podría haber sido incómodo de no ser por que ella me miró sonriendo, y me dijo: “I love rain. I love watching it fall. I wish this wouldn’t ever change”
La miré y le devolví la sonrisa. No hubo necesidad de decir nada más. Sí, hablamos más esa noche, pero sobre nada que importe o recuerde. Podría matar el romanticismo ahora y contarles que nunca pasó nada entre nosotros. Ella tenía un novio que, desafortunadamente, me caía bastante bien. Eventualmente conocí a otra chica y estuvimos juntos cerca de tres años. Desde que nos graduamos de ella solo supe que ya no estaba con su novio, pero solo la vi una vez. Hablamos como amigos un rato y nos despedimos con un cariñoso abrazo.
Pero nada de la parte final de la historia importa. Lo que importa es lo que yo decido contarles. Me enamoré de ella mientras nos sentábamos en el porche, una tarde, durante una lluvia primaveral. No nos dijimos mucho, pero el corto tiempo que estuvimos ahí, solos, fue perfecto. Recuerdo que en un momento miré a la lluvia que seguía cayendo y pensé que nunca antes me había sentido tan feliz.
5 comentarios:
La lluvia, recordandonos que la vida nos cae encima, pero que nuestras almas caladas, han de buscarse su propio destino.
Las almas caladas deberías secarse al sol, en el pasto, embriagándose con ese holor a pasto húmedo. Que las almas, ya limpias, se sequen, mientras sobre nuestros cuerpos sigue lloviendo. ¿O nunca vieron a los niños jugando en los charcos?
Qué lindo post!!!
Son esos momentos de silencio en donde ocurren las cosas más importantes...
¡Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden! Pero no me acuerdo quien lo dijo. Nada más significativo que una mirada... Además, si te puedes sentir comodo con alguien en silencio, entonces has encontrado un pedacito de cielo. Aferrate, que muchos otros silencios son desagradables.
Publicar un comentario